Infinitas praderas, el desierto* - Universidad de Morelia
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Infinitas praderas, el desierto*

Por: Felipe de Jesús Ruvalcaba.

Cuando la Asamblea de Naciones Unidas acusó a Hassán II de manipular a la población marroquí con la intención de invadir el Sáhara Occidental, última colonia española en África, el Monarca Alaui hizo oídos sordos y se trasladó inmediatamente a Marrakesh para continuar con la operación Marcha Verde.

Se trataba de una estrategia oculta, camuflada de manifestación religiosa. Elaborada meses atrás en un despacho de Londres por la Secretaría de Estado Norteamericano y con el apoyo logístico de Henry Kissinger. El conocido estratega americano, al mando de la CIA, había reconocido en Marruecos un aliado fundamental en el combate contra la influencia soviética en África y Oriente Medio.

Mientras tanto, en Washington, en la sesión de 19 de noviembre de 1975, el embajador español, Jaime de Piniés se mostraba exaltado e irónico frente al Consejo de Seguridad. Respondía así en defensa del Protectorado del Sahara que la ONU le había encomendado al Gobierno Español hasta la ejecución del Derecho de Autodeterminación de la excolonia.

«Marruecos dice que es una marcha pacífica, —agitaba los brazos, parecía exasperado— el que quiera la paz que se quede en su casa, es la mejor solución». En respuesta a De Piniés, el Consejo demandó a Marruecos detener a los contingentes. Nada más lejos de las intenciones del Monarca.

Hassán II bajó del autobús real, a las afueras de la ciudad, con gafas de sol y uniforme militar. Este detalle podría pasar inadvertido, pero la ausencia la vestimenta blanca tradicional de los actos religiosos, aclaraba para los testigos internacionales el verdadero cometido de aquella cita multitudinaria.

«Aláh es Grande, —Se dirigía a sus súbditos en algo más parecido a una arenga de huestes que a una manifestación religiosa. Y refiriéndose a la toma de la capital del Sahara Occidental añadió—, Muy pronto tomaré el Té en El Aaiún»,

Además de Rey como figura política, para elevar su poder durante la reinstauración de la monarquía, se había hecho nombrar “Amīr al-mu’minīn”, (en árabe clásico, “Emir de los creyentes”), una autoridad religiosa en el mundo musulmán. Saludaba y sonreía a los llegados, en su mayoría desde pueblos cercanos a la región del Atlas y zonas marginadas periféricas de las ciudades Rabat y Casa Blanca. De fondo, la gritería de alabanzas al rey se atropellaba con las sonoras trompetas de júbilo que le acompañaban por doquier. «Es un rockstar árabe —señalaban las crónicas de periodistas europeos para ilustrar la escena—, sus frenéticos fans darían la vida si lo pidiera».

Aquellos primeros compases eran, como mostrarían los hechos posteriores, la obertura para una guerra en las arenas del desierto que tomaría por sorpresa a la misma Asamblea de Naciones Unidas.

No obstante, tras la sonrisa y el baño de multitudes, el Rey de Marruecos ocultaba el veredicto final del Tribunal Internacional de Justicia de la Haya (TIJ), conocido unas horas antes, en el cual la máxima Corte del Derecho Internacional le negaba la soberanía sobre las colonias del Sahara Español, aproximadamente unos 240 mil kilómetros cuadrados, equivalente a poco más de la mitad del territorio marroquí. Textualmente el texto publicado por el TIJ señalaba:

“Los materiales e informaciones proporcionadas al Tribunal no establecen la existencia de ningún vínculo de soberanía territorial entre el Sahara occidental, por una parte, y el reino de Marruecos o el conjunto mauritano, por otra. Por tanto, el Tribunal no ha comprobado la existencia de vínculos jurídicos de tal naturaleza que puedan modificar la aplicación de la resolución 1.514 que declara la descolonización del Sahara occidental y, en particular, la aplicación del principio de autodeterminación mediante la expresión libre y auténtica de la voluntad de las poblaciones del territorio”.

Días antes de que, en Bruselas, el TIJ hiciera pública esta declaración, Hassán II había conjurado la Marcha Verde en consecuencia de un posible veredicto cuyo resultado se preveía contrario a sus intenciones de anexión. Por la radio, el Rey convocaba la marcha, según él, como fruto de una sentencia favorable: «Nos lo han reconocido, ahora el Sahara es nuestro». Desde Madrid, los altos mandos militares desmentían las declaraciones del Rey Alaui, señalando que dicha declaración aún no se había publicado. En la ONU, De Piniés exigía al Consejo de Seguridad que obligase al Monarca a corregir su discurso. Al más puro estilo de novela de intriga, los archivos desclasificados de la CIA en el 2005 revelan la decisiva intervención del Presidente Ford y Kissinger para mantener el apoyo a Marruecos en secreto. Los costes de la peregrinación, simbólica por su componente religioso, estarían a cargo de Arabia Saudita y Kuwait. En Agosto de1975, los servicios de inteligencia enviaban desde Beirut un comunicado enigmático: “Laissa podrá andar perfectamente en dos meses. El la ayudará en todo”. “Laissa” era la clave de la Marcha Verde, “Él” no podía ser otro, Estados Unidos. Hassán II calculaba que con tales amistades, la letra de la ONU se escribía sobre arena. El futuro lo convencería de ello.

En las Afueras de Marrakesh todo iba conforme al guión previsto por los agentes norteamericanos. Ellos permanecían entre la multitud, vestidos de paisano, turbante y shilaba. Con los brazos en alto, el monarca alentaba a unos 350 mil seguidores para avanzar sobre la frontera del desierto, con el Corán en mano, empastado en llamativo color verde, y ante banderas de Marruecos y de Estados Unidos. Ahí les esperaría la Legión Española, tras ceder doce kilómetros de la frontera para establecer una “zona de nadie”.

*Fragmento de su tesis reportaje La guerra de los invisibles —El fracaso de la legalidad Internacional y los intereses económicos en el conflicto del Sahara Occidental—.

**Egresado de la Escuela de Periodismo, actualmente radica en España.