Naufragando en tierra - Universidad de Morelia
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Naufragando en tierra

Autor: Iveth Laguna.

Ejercitar el oído y la vista. Agudizar los sentidos para lograr captar todos los matices que se desarrollan frente a nosotros. A la par de todo eso, tener la capacidad para imaginar lo que no vemos, aquello que los sonidos, las voces y los movimientos, nos quieren decir.

Es la propuesta del ensamble musical Dormir en Tierra, presentado el pasado martes 31 de mayo en la sala Niños Cantores de Morelia (Conservatorio de las Rosas). Una adaptación del texto escrito por José Revueltas, incluso algunos pasajes del cuento se reproducen, haciendo uso de proyectores, en las paredes de la sala.

Los encargados de la adaptación textual-visual, a obra musical, melódica-auditiva, fueron Miguel Ángel Montejo y Leonardo Solorio. El texto, y por tanto la música habla de unas prostitutas y unos marineros (y de la salvación del hijo de una de ellas). Nos va contando sus historias, sus naufragios, sus llegadas a buen y mal puerto, y la salvación al final de todo.

Cantan las sopranos Andrea Romero y Thalía de Montserrat Forcada, “ellas y ellos, todos con la misma expresión de desesperación”, que es lo mismo que podría sentir el público en los momentos en el que la música del ensamble supera los decibeles de las voces. Cuando son nada más ellas cantando, se escucha bien, se disfruta. Todo junto, de repente desconcentra.

También los fondos visuales sacan al público de concentración. Por eso decimos que hay que ejercitar nuestra capacidad de concentrarnos en dos cosas a la vez, aunque dicho así suene contradictorio. En una obra como esta, se cuenta con un fondo dinámico, proyectado, que busca aumentar la sensación de estar ahí mismo, en el mar, sufriendo cuando ganas y festejando cuando pierdes.

Durante las dos primeras melodías, vemos a un hombre en el fondo del escenario. No queda muy claro qué hace ahí, y si uno es fácil de distraer pues es lógico que pierda un poco el hilo narrativo cantado de la obra por estar pensando en qué momento entrara a escena el hombre. Lo que por fin sucede con el pasaje de Dime Mar, que suponemos retrata la conexión entre un marinero y una prostituta. Queda claro entonces que ellos se van perdiendo en el mar, con la esperanza de volver, mientras ellas se mantienen en el puerto, esperando incluso cuando no les queda nada por lo cual esperar. El hombre canta “Tú debes saberlo, Mar, dime”, la mujer lo sigue y uno como espectador también quiere saberlo, es importante.

Justo entonces, viene el intermedio. Quizá la parte más confusa para quién no esté acostumbrado a una obra o interpretación con tales características.

Las luces continúan apagadas cuando comienzan a escucharse burbujas. Burbujas, viento, tormentas. El mar sabe que el náufrago realmente nunca regresa a su casa. El espectador es lo que no sabe lo que sucede. ¿Es hora del segundo acto? ¿Y las luces? ¿y los músicos? Quizá es momento de recordar aquel otro teatro, mágico místico musical, que a su entrada anuncia no ser para cualquiera (El Lobo Estepario, Hermann Hesse).

Cada vez quedan menos dudas de que Dormir en Tierra es un viaje. Una obra musical que nos remite, ahora más que nunca, al mar. Sin visuales ni personas. Nosotros y el agua sucia. Sería bueno que dejásemos de preguntar qué pasa y aceptáramos que la música nos lleva. Dejar que nos revuelquen las olas a pesar de seguir completamente secos y en tierra. Estamos en el mar,  no estamos a salvo.  Al menos en el universo de Dormir en Tierra. Porque acá en la vida real se trata de la pieza Siete minutos compuesta por Eduardo Solís.

Es así que entre la locura de la tormenta y ruidos que remiten a naves marítimas a la deriva, vuelven a escena los músicos. Cello, piano, clarinete y soprano. Este viaje, sui generis para más de uno de los presentes, no termina. Regresa la voz, el canto. Vemos un niño en el fondo, un niño que ha llegado casi de la nada. Seguimos en el ejercicio de poner todos los sentidos a trabajar, simultáneamente aunque alguno quiera superponerse a otro. Son piezas para escuchar, sí, sin embargo, también exigen que veamos para comprender, para saber que estamos viendo a madre e hijo, salvados.

No hay que intentar leer el texto, que sale ahora de los proyectores y que llena las paredes de palabras aisladas, acompañadas. Parece competencia, a ver cuál dura más y cuál logra quedarse en la memoria del espectador. Hay momentos en que las paredes están llenas (imposible de leer, hablan de pescado, bofetadas y salvación), y otros en el que sólo hay una o dos palabras (agua, luz, ella, sola).

No estamos aquí para leer ¿o sí? Sí estamos para disfrutar la música, la voz y los sonidos por igual. No hay que cerrarse a las fórmulas conocidas, hay que aventurarse, aprovechar si es arte trata de acercarse a nosotros. Primero vivirlo y luego decir me “sí me gustó” o “no me gustó”. No es una obra sencilla, no te dice “esto es lo que debes sentir y esto es lo que debes escuchar”. Queda un hueco que en ningún momento es falta de imaginación, o de talento, de los intérpretes. Más bien, se trata de una oportunidad casi de oro para que el escucha, el público, ejercite su propia creatividad, llene los vacíos, y se imagine cada quién la historia que más le guste.

 

Ficha Técnica

Dormir en Tierra.

Compositores: Miguel Ángel Montejo y Leonardo Solorio.

Director de escena: Fernando Ortiz.

Repetidor: Mario Quiroz.

Diseño de video: Fernando García.

Ensamble de las Rosas: Guillermo portillo (flauta), Alfredo Valdéz-Brito (Clarinete), Miguel Ángel García (violín), José Luis Gálvez (violonchelo) y Mario Quiroz (piano)

Sopranos: Luz Andrea Romero, Thalía de Monserrat Forcada Heras.

Tenor: David Alberto de la Mora.